A la hora de tomar decisiones sobre cuestiones morales, mucha gente confía en sus intuiciones, así como en las convenciones sociales. A menudo, nuestra intuición nos ayuda a decidir si hemos de actuar de una manera u otra. Pero esto puede ser problemático.
Vivimos en sociedades en las que todavía prevalecen las actitudes especistas y la indiferencia por los seres sintientes que no pertenecen a la especie humana. Como resultado, mucha gente encuentra intuitiva tal indiferencia, y se resiste a cambiar de opinión, pese a que hay razones de mucho peso para respetar a todos los seres sintientes. Algo similar ha ocurrido en distintos momentos en el caso de otras ideas relativamente novedosas en nuestra sociedad, como el reconocimiento de la igualdad de derechos para todos los humanos, independientemente del sexo y el color de la piel.
En el caso de los animales no humanos, mucha gente tiene la intuición de que explotarlos es algo perfectamente aceptable, aunque el daño que sufren es horrible. Y mucha gente piensa también que deberíamos dejar a los animales en la naturaleza a su suerte, aunque hay muchas evidencias que ponen de manifiesto que sufren mucho, y que podríamos hacer mucho por ellos ayudándolos. Además, la idea de que no solo debemos preocuparnos por los seres sintientes que viven en el presente, sino también por los que vivirán en el futuro, choca con la intuición que mucha gente tiene de que debemos preocuparnos principalmente por lo que ocurre en el presente o en el futuro próximo.
¿Son convincentes nuestras intuiciones sobre estos y otros asuntos similares? En realidad, cuando reflexionamos en detalle sobre esas decisiones, podemos concluir que no se basan en ninguna otra razón que no sea una reacción emocional inmediata, o suposiciones que, pese a ser comunes en la sociedad en la que vivimos, no han sido suficientemente cuestionadas. De hecho, muchos de nuestros sentimientos viscerales respecto a las decisiones morales concretas que tomamos son el resultado de un proceso evolutivo. Evolucionaron para ayudar a nuestros antepasados a pasar sus genes a las generaciones futuras. Debido a esto, no está claro que puedan constituir una guía moral acerca de cómo actuar. Veremos esto más en detalle a continuación.
A menudo se apela a las intuiciones morales. Por ejemplo, si en determinados casos una cierta teoría ética sostiene que debemos hacer algo que no nos resulta intuitivo, esto puede utilizarse como una objeción contra ella, sosteniendo incluso que es una razón para rechazarla por completo. Según algunos puntos de vista intuicionistas, que una acción sea correcta o injusta es algo que podemos considerar en base a nuestras intuiciones hacia ella. Esto significaría que hay una especie de “conocimiento moral” que resulta posible gracias a nuestras intuiciones.
Sin embargo, en contra de la idea que acabamos de ver, hay muchas razones para tener mucha cautela a la hora de confiar en nuestras intuiciones iniciales. Una razón es que muchas de las intuiciones morales que tuvimos en el pasado se reconocen ahora como claramente dañinas y objetables. Por ejemplo, muchas personas creían intuitivamente hace siglos que la esclavitud era moralmente correcta. Sin embargo, parece muy poco probable que tengamos razones para considerar que la esclavitud sea de hecho moralmente correcta. Además, muchas personas tienen hoy en día opiniones discriminatorias, como el racismo o el sexismo, y no pensamos que sus intuiciones hagan que tales opiniones sean correctas.
Además, nuestras intuiciones nos llevan a contradicciones significativas. Un ejemplo claro que es relevante para el especismo es el que nos proporciona el argumento de la superposición de especies. Hoy en día, mucha gente cree que todos los seres humanos deben ser considerados moralmente de manera similar y que no se debe establecer ninguna diferencia en el trato que deben recibir sobre la base de la inteligencia que tiene cada ser humano. Sin embargo, las actitudes especistas antropocéntricas se defienden a menudo afirmando que deberíamos dar una consideración moral especial solamente a quienes tienen unas capacidades cognitivas complejas. Pero este punto de vista contradice el anterior. Ambas posiciones no pueden mantenerse a la vez de forma coherente. Tenemos que deshacernos de al menos una de ellas, de lo contrario seremos inconsistentes.1
A la luz de esto, podemos reconsiderar nuestros puntos de vista sobre las intuiciones morales. A continuación veremos dos enfoques que se han mantenido acerca de estas.
El enfoque del equilibrio reflexivo trata de mantener, como su nombre indica, un punto de equilibrio entre nuestras intuiciones hacia principios generales y hacia decisiones sobre cuestiones más concretas en casos particulares. A este equilibrio se puede llegar modificando los principios que consideramos válidos para acomodar nuestras intuiciones en casos particulares. El objetivo sería lograr la coherencia entre los principios que consideramos razonables y al menos algunas de nuestras intuiciones relativas a casos particulares. Supongamos, por ejemplo, que pensamos que debemos reducir el sufrimiento tanto como sea posible. Pero supongamos que esto significa que en un determinado caso no podemos ayudar a alguien que necesita nuestra ayuda, porque hacerlo nos impedirá ayudar a muchos otros individuos en otros lugares. Esto puede ser muy contrario a nuestra intuición. En este caso, el método de equilibrio reflexivo sugiere que debemos cambiar, o bien nuestra visión de los principios generales, o bien nuestras actitudes hacia las intuiciones particulares que tenemos.2 Podríamos, así, concluir que hay otras cosas más importantes que reducir el sufrimiento en general, o que no debemos seguir la intuición particular que tenemos en este caso.
Podemos pensar en otros posibles choques entre principios e intuiciones hacia casos concretas. Supongamos que pienso que “debemos minimizar el sufrimiento” es un principio válido en el que basar mi ética, y que también tengo la intuición de que comer animales es moralmente permisible. Hay un choque entre ambos, dado que en las granjas y mataderos se hace sufrir sin necesidad a los animales (los humanos no necesitan productos animales para tener una alimentación nutritiva y equilibradas). Y al comer animales estoy contribuyendo a ello. Si aceptamos esto, de acuerdo con la visión de equilibrio reflexivo tengo dos opciones; puedo modificar el principio original, para que sea por ejemplo, “debemos minimizar el sufrimiento solamente en el caso de los humanos”. Por supuesto, esta advertencia no puede ser añadida gratuitamente; debe basarse en argumentos válidos. Sin embargo, si esos argumentos pueden ser rebatidos, sólo podemos lograr coherencia renunciando a nuestra intuición inicial de que comer animales es moralmente permisible.
Según otro punto de vista distinto, las intuiciones particulares hacia los casos concretos no deben considerarse fiables, contra lo que indica el método de equilibrio reflexivo lo. En su lugar, debemos adoptar una visión más amplia en ética, que pueda utilizarse para determinar qué acciones particulares son correctas o incorrectas. Ejemplos de esa visión más amplia serían “deberíamos dar prioridad a quienes se hallan en la situación más desfavorecida” o “deberíamos comportarnos con el resto como nos gustaría que los demás se comportaran con nosotros”. Esto pone en tela de juicio el enfoque de equilibrio reflexivo.3
Hay un argumento de peso en contra de la idea de que debemos aceptar nuestras intuiciones hacia casos particulares cuando chocan con otros puntos de vista más importantes que tenemos. La teoría evolutiva proporciona una explicación de por qué tenemos nuestras intuiciones morales. Estas no son exclusivas de los animales humanos. Se pueden encontrar en otras especies.
Algunos experimentos recientes realizados por Joshua Greene en la Universidad de Princeton usando imágenes de resonancia magnética ponen esto de manifiesto.4 A las personas participantes en el experimento se les presentaron dos variantes diferentes de lo que se conoce en filosofía como “el dilema del tren”. En el primer escenario, un tren va a matar a cinco personas, todas ellas atadas a la vía, a menos que se active un interruptor que desvíe el tren a una vía diferente, en la que solamente hay una persona atada. Esta persona moriría, pero se salvarían cinco vidas. La mayoría de las personas en el experimento dijeron que activarían el interruptor. En el segundo escenario, una persona está en un puente y ve que el tren va a matar a cinco personas atadas a la pista. Piensa en saltar para detener el carro y salvar a las cinco personas, pero como es muy delgada sabe que no para detener el carro. Sin embargo, hay un hombre muy grande que, si lo empuja desde el puente, podría detener el carro. Hacerlo salvaría a cinco personas, a cambio del sacrificio de una sola. La mayoría de las personas en este experimento dijeron que no empujarían al extraño del puente. Cuando se presentó el segundo escenario, la resonancia magnética mostró un aumento de la actividad en áreas del cerebro asociadas con la emoción. Esto ocurría cada vez que los participantes se enfrentaban a actos que implicaban dañar directamente a alguien. Sin embargo, ese tipo de reacción no se dio cuando as las personas participantes se les presentaron acciones “impersonales”, como activar un interruptor que causa la muerte de un extraño.
Las diferentes reacciones a los dos escenarios pueden explicarse en términos de ventaja evolutiva. La posibilidad de matar o dañar a alguien simplemente activando un interruptor sólo ha existido durante un tiempo muy corto. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, hemos vivido en pequeños grupos y la única forma de dañar a alguien era directamente (por ejemplo golpeándolo, matándolo o empujándolo). Por eso desarrollamos reacciones emocionales inmediatas contrarias a dañar a alguien de ese modo. Pero aunque el daño directo y “personal” ha afectado a nuestro patrón heredado de respuesta emocional, matar o dañar a alguien de forma impersonal (por ejemplo, accionando un interruptor) no ha existido el tiempo suficiente para tener ese impacto. Esto explica por qué tenemos fuertes reacciones emocionales a los casos de daño “personal” mientras que no nos afectan igualmente los casos de daño impersonal que tienen exactamente las mismas consecuencias.
El hecho de que algo conduzca a la supervivencia de nuestros genes, o de que contribuya a que el grupo al que pertenecemos siga existiendo, no es relevante para que una acción sea injusta o correcta.
Si las intuiciones morales son solo el resultado de un proceso evolutivo, y están moldeadas por lo que es útil evolutivamente, en lugar de por lo que es moralmente consistente, entonces tenemos razones para rechazar que una decisión moral deba basarse en nuestras intuiciones. Más bien, deberíamos reflexionar para ver cuál es el curso de acción más consistente y aceptable que debemos seguir.
Esto es lo que sucede en el caso del especismo, al igual que sucede en el de otras cuestiones morales.5 A mucha gente seguramente le parece muy intuitivo que los seres humanos tienen algo especial, que hace que haya que establecer una distinción moral entre quienes podemos clasificador dentro del género Homo sapiens y todos los demás seres sintientes. Asimismo, mucha gente tiene la intuición de que está justificado usar a los animales como nos parezca. O la intuición de que no tenemos por qué ayudar a los animales que necesitan ayuda en la naturaleza. Sin embargo, hay buenos argumentos contra lo que sugieren estas intuiciones. Las razones presentadas anteriormente muestran que debemos considerar lo que es moralmente consistente en lugar de confiar en intuiciones sesgadas que apoyan las actitudes especistas.
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3 Singer, P. (1974) “Sidgwick and reflective equilibrium”, The Monist, 58, pp. 490-517.
4 Greene, J. D.; Sommerville, R. B.; Nystrom, L. E.; Darley, J. M. & Cohen, J. D. (2001) “An fMRI investigation of emotional engagement in moral judgment”, Science, 293, pp. 2105-2108. See on this also Foot, P. (1967) “The problem of abortion and the doctrine of double effect”, Oxford Review, 5, pp. 5-15 [referencia: 25 de marzo de 2017]. Thomson, J. J. (1976) “Killing, letting die, and the trolley problem”, The Monist, 59, pp. 204-217; (1985) “The trolley problem”, Yale Law Journal, 94, pp. 1395-1415. Unger, P. (1996) Living high and letting die, Oxford: Oxford University Press.
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