En fechas recientes, las granjas de animales se han convertido en objeto de distintos debates. El motivo de estos se debe a que las granjas contaminan y emplean cantidades enormes de recursos, así como a que causan trastornos graves a quienes viven cerca de ellas. Esto sucede en particular en el caso de las macrogranjas, llamadas así porque en ellas se recluye a miles de animales.
En contraste, quienes menos atención reciben en esta discusión, son las víctimas fundamentales de las granjas de explotación animal: los propios animales explotados en ellas.
La abrumadora mayoría de los animales criados en granjas a día de hoy se encuentra en naves industriales y otras instalaciones semejantes. En ellas, pasan toda su vida confinados en espacios minúsculos y oscuros, sin poder casi moverse, sin ver el sol ni el campo, rodeados de sus propios excrementos. Esto les causa un terrible sufrimiento y frustración. Este vídeo recientemente publicado sintetiza la realidad de las granjas de forma muy breve y sencilla:
Algunas de estas granjas son macrogranjas. Pero en otras granjas más pequeñas los animales sufren del mismo modo. En ellas se aplican los mismos métodos de cría industrial. De ese modo, las condiciones de vida en ellas son idénticas a las presentes en las macrogranjas, al igual que su alta densidad de animales en espacios muy reducidos. En lo que respecta a las vidas de los animales, la diferencia entre las granjas más pequeñas y las macrogranjas no es cualitativa, sino cuantitativa: radica solamente en el número de animales que viven en ellas.
Mucha gente puede pensar que esto no es siempre así, suponiendo que en las granjas más pequeñas los animales viven libremente por el campo. Pero, como se ha apuntado arriba, los animales en tal situación constituyen una pequeñísima minoría (esto es así si solamente consideramos a los animales vertebrados, y todavía más si pensamos en las granjas de invertebrados, cuyo número está por desgracia aumentando). De lo contrario, no se podría satisfacer la demanda actual de productos de origen animal.
Junto a esto, es fundamental tener en cuenta que todos los animales, independientemente de cómo hayan sido criados, acaban en el matadero. Allí les quitan su vida, que es la única que tienen, en medio de un terrible dolor y miedo. Por ello no existe la explotación animal libre de sufrimiento: este se causa a todos los animales.
Y nada de esto es necesario. La explotación animal ocurre porque optamos por causarles un daño para nuestro beneficio, aunque podríamos prescindir de ello. Es una de las implicaciones de lo que se conoce como especismo, la discriminación de quienes no pertenecen a una cierta especie. Esto se explica de forma sencilla aquí:
Por este motivo, cada vez más personas se unen a la defensa de los animales y rechazan su explotación. Sin embargo, los partidos políticos mayoritarios continúan siendo también mayoritariamente ciegos a esto. No perciben el creciente apoyo social a la defensa de los animales. Esto es problemático en particular debido a que, en contraste, sí son muy sensibles a las presiones de los sectores que apoyan la explotación animal. En esa clave hay que entender que en el ámbito de la discusión y la propaganda política se realicen declaraciones negacionistas del maltrato animal. O que en tal ámbito se quieran presentar como representativas de la ganadería en su conjunto la cría de animales en régimen extensivo, a campo abierto, en absoluto representativa de la realidad de los animales. O que, si se acepta alguna objeción a la explotación animal, esta se plantee a ciertos modos en los que esta tiene lugar, no a la explotación en su conjunto, y tenga que ver con su impacto en lo que nos importa a los seres humanos, y no en lo que les importa a los animales.
En contraste, quienes defendemos a los animales trabajamos para poner el foco de la explotación animal en los propios animales. Y rechazamos las posiciones negacionistas, mostrando la evidencia de los daños terribles causados a los animales explotados. No es solo que el maltrato a los animales sea muy real y llevado a cabo de manera cotidiana. Es que, en realidad, la palabra “maltrato” se queda corta para describir lo que padecen los animales. Nos lleva a pensar en casos aislados de crueldad que dañan a algunas víctimas en particular. O sea, en sucesos puntuales.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Lo que sucede no es que los animales se encuentren en general bien, salvo en algunos casos excepcionales de agresiones particularmente crueles. Esta es una idea completamente irreal. Lo que sucede es que diariamente el conjunto de los animales padece una explotación y un sufrimiento de carácter masivo, continuo y generalizado. Lo que sucede es que en las granjas actuales los animales padecen de manera diaria. El sufrimiento es lo que prevalece en sus vidas. Por ello, hablar de maltrato puede dar lugar a confusión: el conjunto de la explotación, toda explotación, es maltrato.
Nada de esto puede cambiar si nada hacemos para cambiarlo. Por ello, cada vez que hay un debate público sobre la ganadería, deberíamos hacer valer nuestra voz por los animales. Tales debates no deben tener lugar sin que se hagan oír los argumentos a favor de un modo de vida libre de explotación animal. Se deben hacer oír los intereses de los animales. Solamente hablando en favor de todos los seres sintientes podremos conseguir un presente y, sobre todo, un futuro diferente para los animales.
Puedes ver también este texto publicado en El Caballo de Nietzsche.