Declaración de Montreal sobre la Explotación de los Animales

Declaración de Montreal sobre la Explotación de los Animales

14 Oct 2022

Este 4 de octubre se promulgó la Declaración de Montreal sobre la Explotación de los Animales. Esta afirma de forma inequívoca que el uso actual de animales no humanos como recursos es moralmente rechazable y debe terminar.

Más de 500 especialistas en filosofía moral y política de más de 40 países han firmado esta declaración. Se trata de un número considerable de personas, en especial si tenemos en cuenta que sus campos de especialización son relevantes de manera directa para examinar si nuestra relación con los animales no humanos es aceptable.

En Ética Animal hemos recibido con gran satisfacción esta declaración, a la que damos todo nuestro apoyo. Creemos que es un hito en la reivindicación de un futuro diferente para los animales no humanos. Esto es algo que se ha puesto de manifiesto desde el grupo canadiense de investigación en ética animal GRÉEA, que ha sido el promotor de esta declaración. Confiamos en que, como en el caso de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, proclamada hace 10 años, esta nueva declaración muestre la manera en que la consideración por los demás seres sintientes está cambiando, tanto en el mundo académico como en otros ámbitos.

Reproducimos a continuación el texto de la declaración.

Declaración de Montreal sobre la Explotación de los Animales

Somos investigadores e investigadoras en filosofía moral y política. Nuestro trabajo está arraigado en diferentes tradiciones filosóficas y rara vez estamos todos de acuerdo entre nosotros. Sin embargo, estamos de acuerdo en cuanto a la necesidad de una transformación fundamental de nuestra relación con los otros animales. Condenamos todas las prácticas que implican tratar a los animales como objetos o mercancías.

En la medida en que implica violencia y daños innecesarios, declaramos que la explotación animal es injusta y moralmente indefendible.

En etología y neurobiología, está bien establecido que los mamíferos, las aves, los peces y muchos invertebrados son sintientes, es decir, capaces de sentir placer, dolor y emociones. Estos animales son sujetos conscientes; tienen su propia visión del mundo que los rodea. De ello se deduce que tienen intereses: nuestros comportamientos afectan su bienestar y pueden beneficiarles o perjudicarles. Cuando herimos a un perro o a un cerdo, cuando mantenemos en cautividad a un pollo o a un salmón, cuando matamos a un ternero por su carne o a un visón por su piel, contravenimos gravemente sus intereses más fundamentales.

Sin embargo, todos estos daños podrían evitarse. Por supuesto, es posible abstenerse de llevar cuero, de asistir a corridas de toros y rodeos, o de mostrarles a los niños y niñas leones encerrados en zoológicos. La mayoría de nosotros ya podemos prescindir de los alimentos de origen animal sin que eso afecte nuestra salud: de hecho, el futuro desarrollo de una economía vegana lo hará aún más fácil. Desde un punto de vista político e institucional, es posible dejar de ver a los animales como meros recursos a nuestra disposición.

El hecho de que estos individuos no sean miembros de la especie Homo sapiens es moralmente irrelevante: aunque parece natural pensar que los intereses de los animales son menos importantes que los intereses comparables de los seres humanos, esta intuición especista no resiste a un examen minucioso. En igualdad de condiciones, la simple pertenencia a un grupo biológico (delimitado por la especie, el color de la piel o el sexo) no puede justificar una consideración o un trato desigual.

Hay diferencias entre los seres humanos y los otros animales, al igual que las hay entre los individuos de una misma especie. Es cierto que algunas capacidades cognitivas sofisticadas dan lugar a intereses particulares, que a su vez pueden justificar un tratamiento particular. Pero la capacidad de un individuo para componer sinfonías, para realizar cálculos matemáticos avanzados o para proyectarse en un futuro lejano, por muy admirable que sea, no afecta la consideración debida a su interés por sentir placer y no sufrir. Los intereses de los más inteligentes entre nosotros no son más importantes que los intereses equivalentes de los menos inteligentes. Decir lo contrario equivaldría a clasificar a los individuos según facultades que no tienen relevancia moral. Una tal actitud capacitista sería moralmente indefendible.

Por lo tanto, es difícil escapar a la conclusión de que, dado que perjudica a los animales innecesariamente, la explotación animal es gravemente injusta. Por ello, es fundamental trabajar por su desaparición, especialmente mediante el cierre de los mataderos, la prohibición de la pesca y el desarrollo de la agricultura vegetal. No nos estamos haciendo ilusiones; este proyecto no se conseguirá a corto plazo. En particular, requerirá renunciar a arraigados hábitos especistas y transformar fundamentalmente numerosas instituciones. Sin embargo, el fin de la explotación animal nos parece ser el único horizonte colectivo realista y justo para los no humanos.

La Declaración de Montreal sobre la Explotación de los Animales también se encuentra disponible en los siguientes idiomas: alemán, árabe, francés, griego, inglés, italiano, portugués y turco.