Curso sobre el sufrimiento de los animales salvajes – Tema 16

Curso sobre el sufrimiento de los animales salvajes – Tema 16

En este capítulo veremos distintas posiciones de la ética ambiental, como el ecocentrismo, puntos de vista centrados en las especies, puntos de vista centrados en la naturaleza salvaje y el biocentrismo. Veremos cómo desde muchas de estas posiciones se defiende “sacrificar” a los animales si suponen un inconveniente para los objetivos ambientalistas. Pero nunca se tomarían las mismas medidas con los humanos en la misma situación. Esto demuestra la base antropocéntrica de estas posiciones.

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Ética animal y ética ambiental

Hasta aquí hemos visto las distintas razones para dar consideración moral plena a los intereses de los animales no humanos, que es defendida desde distintos puntos de vista en ética animal. En este capítulo veremos lo que sostienen sobre esto las posiciones propias de la ética ambiental, que defienden otros tipos .1 Analizaremos las principales posturas en la ética ambiental relacionadas con la cuestión clave que nos preocupa, que es la siguiente: ¿qué entidades son moralmente considerables? Es decir, ¿qué entidades deberíamos respetar para que no sean dañadas por nuestras acciones, sino beneficiadas?

Ecocentrismo

Vamos a ver en primer lugar ciertas posiciones en ética animal que no tienen en consideración a los individuos, sino a los grupos o totalidades, como los ecosistemas o las especies. A estas posiciones se les da el nombre de “holismo”.2 Los individuos pueden ser una parte de un todo; sin embargo, no son tenidos en consideración por sí mismos, sino como partes de esas totalidades.
Existen diferentes tipos de holismo. Uno de ellos se llama “ecocentrismo”. Según el ecocentrismo, los ecosistemas son en sí mismos entidades moralmente considerables, con independencia de cualquier valor instrumental que puedan tener para las vidas de los individuos sintientes que viven en ellos.3 Podríamos pensar que el ecocentrismo defiende que respetemos los ecosistemas porque al hacerlo, ayudamos a proteger los intereses de sus habitantes. Pero no es así. El ecocentrismo da valor a los ecosistemas en sí mismos, no a sus habitantes. De hecho, los animales que viven en ellos se consideran relevantes solamente como partes del ecosistema, y sus vidas se consideran importantes solo en la medida en que contribuyan a que los ecosistemas sean de un cierto modo en particular en lugar de otro.

En algunos casos el ecocentrismo puede tener consecuencias que son positivas para estos animales. Pero, en otros casos, las consecuencias pueden ser muy negativas para ellos, puesto que, según esta posición, es correcto ignorar los intereses de los animales si ello promueve la preservación del ecosistema. Un ejemplo de esto es el de la matanza de animales cuando aumentan en gran número dentro de sus poblaciones, que se lleva a cabo para mantener un cierto equilibrio del ecosistema. Desde posiciones críticas con el ecocentrismo se puede afirmar que quienes adoptan esta posición no están siendo consistentes, o que la están subordinando al antropocentrismo, porque los seres humanos modifican los ecosistemas más de lo que lo hacen los animales no humanos, incluso en comparación con los animales no autóctonos que suelen ser las víctimas de las matanzas ecocentristas. Sin embargo, quienes apoyan el ecocentrismo no suelen defender que se mate a seres humanos por suponer una amenaza a la integridad de un ecosistema.

Otro argumento en contra del ecocentrismo consiste en que los ecosistemas en sí mismos no pueden experimentar ningún daño o beneficio; solamente tienen esta capacidad los animales sintientes. Como hemos visto ya en otros capítulos, para que alguien merezca respeto y protección, lo que importa es si nuestras acciones u omisiones pueden causarle daños o beneficios, lo que solo puede darse si tiene la capacidad de tener experiencias positivas o negativas. Es decir, la capacidad de sufrir y disfrutar.

Posiciones que valoran a las especies, en lugar de a sus miembros

Otro tipo de holismo considera que las entidades moralmente considerables son las especies, no sus miembros. A menudo se cree que las especies deberían ser preservadas porque tienen algún tipo de valor en sí mismas, un valor no relacionado con lo que es mejor para los intereses de sus miembros.4 De esta forma, surge un problema cuando el hecho de valorar a una especie supone dañar a los individuos que son sintientes.

Un ejemplo de esto es la matanza de patos rufos, conocidos asimismo como malvasías canela, que vimos ya arriba. Estos animales fueron introducidos por los seres humanos en Europa. Algunos se cruzan con malvasías cabeciblancas, que son autóctonas del sur de Europa y Asia Occidental. El resultado es el nacimiento de nuevos patos híbridos, y la desaparición progresiva de las malvasías cabeciblancas en estado puro. La presencia de los patos rufos no transforma los ecosistemas, porque las interacciones de los patos rufos y las malvasías cabeciblancas con su entorno son idénticas. El objetivo de esta medida ha sido promover la biodiversidad en sí misma, con independencia del impacto negativo que la intervención tiene sobre las vidas de los individuos sintientes que resultan afectados.5

Otras defensas de la preservación de especies mantienen que, si la especie desapareciera, el conocimiento empírico se perdería, que las generaciones futuras no serán capaces de tener contacto con estas especies, y que no podremos experimentar por más tiempo la belleza de la biodiversidad. Estos planteamientos apoyan la conservación de especies porque los humanos le dan valor, es decir, porque valoran el conocimiento que supone, o porque la aprecian de manera estética.6 Por ello, son diferentes de los que sostienen que la biodiversidad es intrínsecamente valiosa. Sin embargo, sus implicaciones prácticas son muy parecidas.

Los argumentos en contra de estas posiciones son similares a los que hemos visto en contra del ecocentrismo. En primer lugar, las especies no son en sí entidades sintientes con intereses; pero sus miembros sí lo son. En segundo lugar, no apoyamos esta visión holística en lo que respecta a los seres humanos. No pensamos que incrementar la aptitud genética de la humanidad sea lo mismo que ayudar a los humanos individuales, o que sea importante sacrificar el bienestar de los seres humanos para conservar ciertos genes humanos. Esta postura se denomina darwinismo social, y es un planteamiento fuertemente rechazado por las sociedades modernas. Por lo tanto, si rechazamos el especismo, no deberíamos tratar a los demás animales de esa forma.

Posiciones que valoran la naturaleza salvaje

Existen otros planteamientos en ética ambiental que se centran en dejar intacta la naturaleza salvaje. Según estas posiciones, no es que existan ciertas entidades a las que deberíamos considerar moralmente, como los seres humanos, los seres sintientes o los ecosistemas. Por el contrario, lo que es importante según dichas posiciones es conservar lo que es natural. Los ecosistemas naturales son considerados valiosos porque son el resultado de los procesos naturales, y no de la acción humana.7 No existe un término empleado de manera extendida para denominar esta postura, pero uno que resulta adecuado es “naturocentrismo”.

Quienes defienden esta posición afirman que, si bien la muerte y el sufrimiento son malos por lo general, no lo son cuando suceden por causas naturales. Por lo tanto, no son malos cuando les ocurren a los animales no humanos en la naturaleza. Podemos objetar a esto que hay muchas cosas que son naturales y consideramos negativas, como el cáncer y la malaria, mientras que hay otras cosas que no son naturales, pero sí muy buenas, como los hospitales y las bibliotecas. Podemos también mantener que, incluso si el hecho de que algo sea natural le diese un valor, también tendrían que ser considerados relevantes otros factores. Estos incluirían los daños que padecen los animales a causa del sufrimiento y de su muerte. El valor negativo o desvalor de estos daños puede sobrepasar al valor que se les asigna como parte de los procesos naturales.

Biocentrismo

El biocentrismo es la postura según la cual las entidades moralmente considerables son todos los seres vivos y solamente los seres vivos. A diferencia de los planteamientos que hemos visto, el biocentrismo no se centra en totalidades, sino en seres vivos individuales. La diferencia entre el biocentrismo y los planteamientos que se centran en los intereses de los animales sintientes radica en que, para el biocentrismo, lo importante no es ser sintiente, sino solamente ser un organismo vivo.8

Para entender el problema que supone considerar el hecho de ser un organismo vivo como el único criterio de consideración moral, podemos analizar el argumento de la relevancia. Supongamos que tienes un accidente, y sufres daños cerebrales que te producen una pérdida irreversible de consciencia. No existe la posibilidad de despertar. Tu cerebro desarrolla algunas funciones, pero deja para siempre de ser sintiente. Sin embargo, tu cuerpo sigue con vida. ¿Es una forma de vida que valga la pena, cuando ya no puedes experimentarla? ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Es el mero hecho de que nuestro organismo esté vivo, o el hecho de ser sintiente y tener experiencias? Si una entidad no es sintiente, dicha entidad no experimenta lo que le ocurre. Un cuerpo sin consciencia no puede ser afectado por nada desde el punto de vista de su bienestar, porque no puede experimentar nada bueno o malo.

Este planteamiento cuestiona el biocentrismo, puesto que no todos los seres vivos son sintientes y, por lo tanto, no todos los seres vivos pueden recibir daños o beneficios. Pensemos en las plantas. Se las puede matar o afectar de otros modos, pero no son capaces de experimentar estas cosas como buenas o malas. No pueden experimentar nada en absoluto. Responden a su medioambiente, pero no tienen forma de experimentar subjetivamente los estímulos, o sus respuestas a estos estímulos.

El biocentrismo también tiene algunas implicaciones que son difíciles de aceptar. Una es que, si un ser humano u otro animal sintiente tuviera una infección, existiría un conflicto moral porque matar a las bacterias, que son organismos vivos, sería algo reprobable. Sin embargo, la mayoría no pensamos que tal conflicto exista. Y la mejor explicación a ello es que entendemos que los seres no sintientes, como las bacterias, no tienen intereses que debamos tener en cuenta, aunque estén vivos.

El biocentrismo y el holismo son posiciones que tratan en exclusiva sobre qué tipos de entidades deberían ser moralmente considerables. Hay otras filosofías ecologistas que no tratan de manera específica esta cuestión, sino que se centran en examinar otros asuntos. Por ejemplo, el término “ecología profunda” se utiliza a menudo para denominar a varias posiciones según las cuales existe cierto valor en la existencia de entidades naturales,9 y el término “ecología social” se emplea para aludir al planteamiento que apoya la conservación ambiental como un factor clave necesario para la justicia social humana.10 Sin embargo, en este capítulo no las hemos cubierto porque nuestro propósito ha sido sencillamente tratar los criterios para la consideración moral.

En definitiva, se piensa de manera habitual que la forma en que deberíamos preocuparnos por los animales que viven en el mundo salvaje es la que defiende el ecologismo, pero hemos visto que esta idea resulta cuestionable. La ayuda a los animales sintientes individuales es algo diferente de la conservación de los ecosistemas, las poblaciones o los paisajes. Los animales son individuos con intereses, como el interés de no sufrir dolor, y el interés en tener suficiente alimento. Si queremos ayudar a los animales, es importante comprender cuáles son sus intereses concretos, y no confundirlos con la existencia a lo largo del tiempo de los grupos a los que pertenecen los animales, o de los ecosistemas en los que viven. Si no fuera por esta confusión, probablemente habría más personas ayudando a los animales que viven en el mundo salvaje.

Dicho esto, la investigación con fines conservacionistas puede resultar útil para saber más sobre cómo ayudar a los animales en el mundo salvaje, y viceversa. De hecho, nos queda muchísimo por aprender en este campo. Lo que hemos visto arriba tiene que ver con algo distinto, esto es, con el debate entre las distintas posiciones en ética acerca de cuáles deberían ser nuestros objetivos finales.


Notas

1 Para un análisis más detallado de los conflictos entre las posiciones que defienden la consideración moral de los animales sintientes y las éticas medioambientales puede verse Hargrove, E. C. (ed.) (1992) The animal rights/environmental ethics debate: The environmental perspective, Albany: SUNY Press; Faria, C. (2012) “Muerte entre las flores: el conflicto entre el ecologismo y la defensa de los animales no humanos”, Viento Sur, 125, pp. 67-76; Dorado, D. (2015) El conflicto entre la ética animal y la ética ambiental: bibliografía analítica, tesis doctoral, Madrid: Universidad Carlos III; Horta, O. (2017d) “Distintos principios, consecuencias enfrentadas: la oposición entre la consideración moral de los animales y el ecologismo”, Euphyía, 11, pp. 9-32, https://revistas.uaa.mx/index.php/euphyia/article/view/1358/1299 [consultado el 12 de noviembre de 2019].

2 Shrader-Frechette, K. (1996) “Individualism, holism, and environmental ethics”, Ethics and the Environment, 1, pp. 55-69; Marietta, D. E. (1988) “Ethical holism and individuals”, Environmental Ethics, 10, pp. 251-258; see also Varner, G. E. (1991) “No holism without pluralism”, Environmental Ethics, 13, pp. 175-179.

3 Callicott, J. B. (1989) In defense of the land ethic: Essays in environmental philosophy, Albany: SUNY Press; (2013) Thinking like a planet: The land ethic and the earth ethic, Oxford: Oxford University Press. This view was inspired by Leopold, A. (2013 [1949]) A Sand County Almanac & other writings ond ecology and conservation,New York, Library of America.

4 Rolston, H., III (1985) “Duties to endangered species”, BioScience, 35, pp. 718-726; Johnson, L. (1991) A morally deep world: An essay on moral significance and environmental ethics, New York: Cambridge University Press.

5 Henderson, I. y Robertson, P. (2007) “Control and eradication of the North American ruddy duck in Europe”, Managing Vertebrate Invasive Species, USDA National Wildlife Research Center Symposia, paper 16.

6 Sobre esto, ver en Jamieson, D. (ed.) Singer and his critics, Oxford: Blackwell, pp. 247-268; Gunnthorsdottir, A. (2001) “Physical attractiveness of an animal species as a decision factor for its preservation”, Anthrozoös, 14, pp. 204-215.

7 Godfrey-Smith, W. (1979) “The value of wilderness,” Environmental Ethics, 1, pp. 309-319; Katz, E. (1992) “The call of the wild: The struggle against domination and the technological fix of nature”, Environmental Ethics, 14, pp. 265-273; Elliot, R. (1997) Faking nature: The ethics of environmental restoration, New York: Routledge. Algunas posiciones combinan este enfoque con uno ecocéntrico, véase Hettinger, N. y Throop, B. (1999) “Refocusing ecocentrism: De-emphasizing stability and defending wildness”, Environmental Ethics, 21, pp. 3-21.

8 Taylor, P. (1986) Respect for nature, Princeton, Princeton University Press; Agar, N. (1997) “Biocentrism and the concept of life”, Ethics, 108, pp. 147-168; Varner, G. E. (2002) “Biocentric individualism”, en Schmidtz, D. y Willot, E. (eds.) Environmental ethics: What really matters, what really works, Oxford: Oxford University Press, pp. 108-120.

9 Næss, A. (2005) The selected works of Arne Næss. Deep ecology of wisdom, vol. X, Dordrecht, Springer; Sessions, G. (ed.) (1995) Deep ecology for the twenty-first century: Readings on the philosophy and practice of the new environmentalism, Boston: Shambhala; Fox, W. (1995) Toward a transpersonal ecology: Developing new foundations for environmentalism, Albany: SUNY Press.

10 Bookchin, M. (1980) Toward an ecological society, Montreal: Black Rose; (1990) The philosophy of social ecology: Essays on dialectical naturalism, Montreal: Black Rose; Clark, J. (1997) “A social ecology”, Capitalism Nature Socialism, 8, pp. 3-33.